La Ilíada. ¡ Y todo esto por una mujer¡ (Resumen primeros doce cantos)

 

        


Narra varios episodios de la Guerra de Troya, centrándose en particular en el héroe aqueo Aquiles y sus interacciones con otros personajes. Se describe el conflicto inicial entre Aquiles y Agamenón por la esclava Briseida, la subsiguiente retirada de Aquiles de la batalla y su súplica a su madre, Tetis, para que Zeus favorezca a los troyanos. Los pasajes también relatan combates específicos, incluyendo duelos, asaltos a los muros aqueos, y la muerte de Patroclo a manos de Héctor. Finalmente, se describe el rescate del cadáver de Héctor por su padre, Príamo, quien acude a la tienda de Aquiles con un gran rescate.


Canto I: Peste - Cólera.

La musa invoca a la divinidad para cantar la "perniciosa ira de Aquiles". Crises, sacerdote de Apolo, llega al campamento aqueo para rescatar a su hija, Criseida, que ha sido hecha cautiva y asignada a Agamenón como esclava. Agamenón desprecia al sacerdote, se niega a entregar a la joven y lo despide con palabras amenazadoras. Airado por el ultraje a su sacerdote, Apolo suscita una terrible peste en el campamento aqueo, causando muchas muertes.

 Inspirado por la diosa Hera, que amaba cordialmente a ambos bandos y se interesaba por ellos, Aquiles reúne a los guerreros en el ágora (asamblea) y en ella Calcante, el mejor de los augures, revela que el enojo del dios Apolo se debe al comportamiento de Agamenón con el sacerdote Crises.... Agamenón se irrita al escuchar esto y exige una recompensa si debe devolver a Criseida. Aquiles le responde que ya se la darán cuando tomen Troya.

Esta disputa origina la discordia entre Agamenón, el caudillo supremo, y Aquiles, el héroe más valiente. La riña llega a tal punto que Agamenón amenaza con tomar la recompensa de Aquiles (Briseida) o la de otro caudillo si no le dan otra. Aquiles se indigna, reprocha a Agamenón su codicia e insolencia, y afirma que no ha venido a pelear contra los troyanos por sí mismo, sino por Agamenón y Menelao. Advierte que se irá a su patria, Ftía, si Agamenón le quita su recompensa, ya que no piensa permanecer sin honra para procurar riqueza a Agamenón.

Por lo que Agamenón lo desafía a huir y lo considera el rey más odioso porque le gustan las riñas. Amenaza con quitarle a Briseida para demostrar su poder. Acongojado, Aquiles considera matar a Agamenón, pero la diosa Atenea, enviada por Hera, desciende del cielo y le detiene tirándole de la cabellera. Atenea le dice a Aquiles que cese de disputar y no desenvaine la espada, prometiéndole que por este ultraje se le ofrecerán regalos triples y espléndidos en el futuro.

Aquiles decide obedecer a los dioses, envaina su espada, pero continúa insultando a Agamenón verbalmente. Le dice que no volverá a combatir con él ni con nadie por la joven, pero que no permita que le quiten nada más de sus posesiones junto a su nave, bajo amenaza de muerte. Después del altercado, la asamblea se disuelve. Aquiles se retira a sus tiendas con sus amigos. Agamenón envía a Criseida en una nave con regalos para Apolo a Crisa, bajo el mando de Ulises, para apaciguar al dios.

 Luego, Agamenón envía a sus heraldos, Taltibio y Euríbates, a la tienda de Aquiles para llevarse a Briseida. Los heraldos cumplen la orden con pesar, y Aquiles, sin oponer resistencia, le dice a su compañero Patroclo que entregue a la joven.... Aquiles, rompiendo en llanto por la afrenta, se sienta a la orilla del mar y dirige ruegos a su madre, la diosa Tetis, y le cuenta que Agamenón lo ha ultrajado al quitarle la recompensa que él mismo le dio. Tetis lo oye desde el fondo del mar, emerge y consuela a su hijo.

Aquiles le relata cómo saquearon Tebas, la ciudad de Eetión, cómo Criseida le fue adjudicada a Agamenón, la llegada de Crises, la peste enviada por Apolo, y cómo Agamenón le ha quitado a Briseida, la joven que los aqueos le habían dado como botín de guerra. Le suplica a Tetis que vaya al Olimpo y ruegue a Zeus que honre a su hijo y cause gran matanza entre los aqueos hasta que le den satisfacción y lo colmen de honores.... Tetis le dice que se quede en las naves, conserve su cólera y se abstenga de combatir.

Tetis le informa que Zeus ha ido a un banquete con los etíopes y regresará en doce días. Entonces ella irá a rogarle para que lo vengue. Mientras tanto, Ulises llega a Crisa, devuelve a Criseida a su padre Crises, y ofrecen una hecatombe sagrada a Apolo para aplacarlo. Crises ora a Apolo para que cese la peste. Apolo escucha el ruego y quita la peste. Tetis sube al Olimpo al regreso de Zeus, se sienta a sus pies, abraza sus rodillas y le suplica que honre a Aquiles concediendo la victoria a los troyanos hasta que los aqueos lo colmen de honores. Zeus, afligido, teme la ira de Hera, pero asiente a la petición de Tetis con la cabeza.

Hera advierte que Zeus ha estado hablando con Tetis y lo increpa, sospechando que le ha prometido honrar a Aquiles y causar matanza entre los aqueos. Zeus le responde con enojo, confirmando su poder y ordenándole silencio. Los dioses celestiales en el palacio de Zeus se indignan, entonces, Hefesto interviene para consolar a su madre Hera, recordando su propia experiencia al ser arrojado del Olimpo por Zeus.... Los dioses terminan el banquete y se retiran a sus palacios. Zeus se retira a su lecho con Hera. 


Canto II: Sueño - Beocia o catálogo de las naves.

Zeus no puede dormir, buscando el medio de honrar a Aquiles y causar gran matanza entre los aqueos. Decide enviar un sueño engañoso a Agamenón. El Sueño, tomando la figura de Néstor, se presenta a Agamenón dormido en su tienda y le dice que Zeus le ordena armar a los aqueos y sacar la hueste, pues ahora podría tomar Troya, ya que los dioses no están discordes y una serie de infortunios amenaza a los troyanos por voluntad de Zeus.

 Agamenón despierta creyendo que tomará Troya ese día, sin saber el funesto propósito de Zeus. Convoca a los heraldos para reunir a los aqueos en el ágora. Antes, reúne a un consejo de príncipes. Les relata el sueño que le envió Zeus, interpretándolo como una señal para tomar Troya. Les dice que, para probar al ejército, les propondrá huir en las naves, mientras ellos (los príncipes) deben detenerlos.

Néstor aprueba la idea del sueño, ya que lo ha tenido Agamenón, el más poderoso de los aqueos. Agamenón se dirige a la asamblea y les dice que Zeus le prometió la victoria, pero ahora le ordena regresar sin gloria; por lo tanto, les aconseja huir en las naves a su patria. Los aqueos, conmovidos, se agitan como olas y se preparan para echar las naves al mar.

Hera, viendo esto, le dice a Atenea que impida la fuga, ya que tantos aqueos perecieron por Helena. Atenea desobedece a Zeus y baja rápidamente para detener a los aqueos. Encuentra a Ulises, que está inmóvil y afligido, y lo exhorta a detener la fuga, recordándole por quién han sufrido tanto. Ulises, reconociendo la voz de la diosa, toma el cetro de Agamenón y corre a detener a los guerreros.

Detiene a los reyes y capitanes con suaves palabras, explicándoles que Agamenón los está probando y que la cólera de los reyes es terrible. A los hombres del pueblo los golpea con el cetro e increpa, diciéndoles que deben obedecer a sus superiores, ya que no todos pueden ser reyes, sino uno solo a quien Zeus le dio el poder. La multitud regresa al ágora ruidosamente.

Tersites, un hombre feo, cojo y jorobado, conocido por reprender a los reyes, empieza a insultar a Agamenón. Le recrimina su codicia y les insta a los aqueos a regresar a casa y dejar a Agamenón en Troya para que se dé cuenta de si su ayuda le sirve o no, recordando el ultraje a Aquiles. Ulises se detiene junto a Tersites, lo increpa duramente, le dice que es el peor hombre que ha venido a Troya y que no debe insultar a los reyes.

Lo golpea con el cetro en la espalda y los hombros, haciéndolo llorar. La multitud se ríe y alaba a Ulises por acallar a Tersites. Ulises, con el cetro y asistido por Atenea (transfigurada en heraldo), habla a los aqueos, reprochándoles querer regresar como niños o viudas después de nueve años de sufrimiento. Les recuerda la predicción de Calcante en Áulide sobre el dragón que devoró a los ocho polluelos y la madre (nueve en total), lo que significaba que combatirían nueve años y al décimo tomarían la ciudad.

 Los exhorta a tener paciencia y quedarse hasta tomar la ciudad de Príamo. Los argivos aplauden el discurso de Ulises. Néstor interviene, compara a los aqueos con niños y les recuerda sus juramentos y pactos. Le dice a Agamenón que mande con firme decisión y no permita que nadie regrese antes de saber si la promesa de Zeus fue falsa o no, pues Zeus les dio señales favorables al partir. Aconseja a Agamenón agrupar a los hombres por tribus y familias para mejorar la organización en combate.

Agamenón alaba el consejo de Néstor y ordena preparar un sacrificio a Zeus y convoca a los principales caudillos para una consulta final. Néstor insta a no demorar más y a los heraldos a convocar al ejército para preparar el combate. Mientras tanto, los aqueos se reúnen en la llanura, deseosos de combatir. Los caudillos ordenan a los hombres, y Agamenón se destaca entre ellos, semejante a Zeus en cabeza y ojos, a Ares en cinturón y a Posidón en pecho.

El texto menciona que las Musas son las únicas que pueden enumerar a los caudillos y naves. Luego sigue un extenso catálogo de las fuerzas aqueas y sus líderes, mencionando contingentes como los de Argos, Micenas bajo Agamenón, los de Duliquio bajo Meges, los de Ítaca bajo Ulises, los de Creta bajo Idomeneo, los de Rodas bajo Tlepolemo..., los de Sime bajo Nireo (el más hermoso excepto Aquiles, pero tímido), y los de Calidón bajo Filoctetes (aunque herido y abandonado en Lemnos, su gente es ordenada por Medonte).

La noticia de la movilización aquea llega a Troya a través de Iris, enviada por Zeus. Iris, tomando la figura de Polites, hijo de Príamo, informa a Héctor y a los troyanos sobre el tamaño del ejército aqueo. Aconseja a Héctor que cada líder troyano mande a sus propios conciudadanos y auxiliares. Héctor, reconociendo la voz de la diosa, disuelve la asamblea.

Los troyanos se arman y salen de la ciudad. Se menciona la colina Batiea, llamada tumba de Mirina por los inmortales. El texto presenta un catálogo de las fuerzas troyanas y sus aliados, mencionando a los troyanos liderados por Héctor, a los dárdanos liderados por Eneas, a los licios liderados por Sarpedón y Glauco, y a otros contingentes de diversas tierras como Halizones o misios.



Canto III: Los pactos - Combate singular de Alejandro (Paris) y Menelao.

Paris (Alejandro), al ver avanzar a los aqueos liderados por Menelao, se acobarda y retrocede. Héctor lo reprende duramente, comparándolo con una plaga para su familia y causa de gozo para los enemigos. París responde que Héctor lo reprende con justicia, pero no debe culparlo por los dones de Afrodita, que no se escogen. Propone que él y Menelao combatan solos por Helena y sus riquezas, y el que venza se quede con ellas, y los demás juren paz y amistad.

 Menelao acepta la propuesta con alegría. Pide que traigan un cordero blanco y una cordera negra para los sacrificios a la Tierra y el Sol, y otro cordero para Zeus. Pide que Príamo baje para sancionar los juramentos, ya que sus hijos son soberbios y podrían quebrantarlos. Aqueos y troyanos se alegran con la esperanza de que la guerra termine.

Héctor envía heraldos a la ciudad para traer las víctimas y llamar a Príamo. Agamenón manda a Taltibio a buscar un cordero en las naves. Iris, la mensajera, va a buscar a Helena, tomando la figura de su cuñada Laódice. Encuentra a Helena tejiendo una tela doble donde representa los trabajos de troyanos y aqueos por ella. Iris le dice que baje para ver el combate singular entre Menelao y Alejandro por ella, y el vencedor la llamará su esposa.

 Helena siente un dulce deseo de su anterior marido y su patria, y va hacia la muralla con dos doncellas. Los ancianos troyanos en la muralla, al ver a Helena, comentan que no es reprensible que troyanos y aqueos sufran por una mujer tan parecida a las diosas, pero desean que se vaya en las naves para que no sea una plaga. Príamo llama a Helena y la invita a sentarse a su lado, sin culparla a ella sino a los dioses. Le pide que identifique a los líderes aqueos. Helena identifica a Agamenón como un buen rey y esforzado combatiente.

 Príamo admira a Agamenón y recuerda haber visto ejércitos más numerosos en Frigia, pero no tantos aqueos como ahora. Príamo pregunta por Ulises, describiéndolo como menor que Agamenón, pero más ancho y prudente. Helena lo identifica como el ingenioso Ulises, hábil en engaños y consejos. Anténor confirma la prudencia y habilidad oratoria de Ulises, comparándolo con Menelao y describiendo su forma de hablar y su apariencia.

 Príamo pregunta por Ayante. Helena lo identifica como Ayante Telamonio, antemural de los aqueos, y también menciona a Idomeneo. Dice que distingue a los demás aqueos, pero no ve a sus hermanos Cástor y Pólux. El texto aclara que ya habían muerto en Lacedemonia. Los heraldos traen las víctimas y el vino para los juramentos.

 Príamo, Agamenón y Ulises bajan al espacio entre ambos ejércitos. Agamenón realiza el sacrificio y jura que, si Alejandro mata a Menelao, los troyanos se quedarán con Helena y sus riquezas, pero si Menelao mata a Alejandro, los troyanos devolverán a Helena y sus riquezas y pagarán una indemnización. Piden a Zeus que castigue a quien rompa el juramento.

 Zeus no ratifica el voto. Príamo dice que no puede ver a su hijo combatir y regresa a Troya con Anténor. Mientras tanto, Héctor y Ulises miden el campo y echan suertes para ver quién arroja primero la lanza. La suerte cae en Alejandro. Paris arroja su lanza primero, que golpea el escudo de Menelao, pero no lo atraviesa. Menelao arroja su lanza, que atraviesa el escudo y la coraza de París y rasga su túnica, pero París se inclina y evita la muerte.

 Menelao desenvaina su espada, que se rompe al golpear el casco de París. Menelao se enfurece. Intenta arrastrar a Paris por el casco, pero Afrodita rompe la correa. Rescata a Paris envolviéndolo en niebla y llevándolo a su tálamo. Luego va a buscar a Helena, tomando la figura de una anciana cardadora. Le dice a Helena que Alejandro la llama a su casa, radiante y listo como si viniera de un baile. Helena se enfurece al ver a la diosa y le reprocha querer engañarla y llevarla a otras ciudades; le dice que, ya que Menelao ha vencido a Paris, la diosa misma debería sentarse al lado de Paris, y que ella (Helena) no irá a su lecho por vergüenza.

 Afrodita se enoja y amenaza a Helena. Helena obedece a la diosa por miedo y va al tálamo de Paris de mala gana. Paris le dice que hoy ha vencido Menelao con ayuda de Atenea, pero que otro día vencerá él con ayuda de otros dioses. Mientras tanto, Menelao busca a Paris entre los troyanos; nadie lo oculta por amistad, pues todos lo odian. Agamenón declara que la victoria es de Menelao y exige a los troyanos que entreguen a Helena y sus riquezas y paguen una indemnización justa.


Canto IV: Violación de los pactos - Revista de las tropas. 

Los dioses se sientan en consejo con Zeus. Zeus comenta que dos diosas protegen a Menelao (Hera y Atenea) y una a Paris (Afrodita), quien acaba de salvarlo. Propone decidir si reanudar la guerra o reconciliar a ambos pueblos, con Troya a salvo y Helena devuelta. Atenea y Hera se enojan, pues quieren destruir Troya. Hera increpa a Zeus por querer que su esfuerzo sea vano. Zeus se irrita y le dice que puede destruir Troya si lo desea, pero que él también destruirá alguna ciudad querida por Hera en el futuro.

 Hera accede, mencionando sus ciudades preferidas (Argos, Esparta, Micenas), y pide a Zeus que ordene a Atenea ir a la batalla para procurar que los troyanos ofendan a los aqueos, rompiendo el juramento. Zeus obedece y ordena a Atenea que rompa el pacto. Atenea desciende del Olimpo. Tomando la figura de Laódoco, hijo de Anténor, se acerca a Pandaro, hijo de Licaón, y lo incita a disparar una flecha contra Menelao para ganar gloria y recibir regalos de Paris.

 Pandaro, insensato, se deja persuadir. Toma su arco y dispara una flecha a Menelao. La flecha lo hiere en el hombro, pero Atenea la desvía para que no sea mortal. La sangre tiñe la armadura de Menelao. Agamenón se estremece al ver la sangre, temiendo la muerte de Menelao y la vergüenza de regresar a Argos sin cumplir la empresa. Menelao lo tranquiliza diciendo que la herida no es mortal. Agamenón llama al médico Macaón, hijo de Asclepio, para que cure a Menelao.

 Macaón examina la herida y aplica drogas calmantes. Agamenón, aliviado, se dedica a recorrer el ejército aqueo para animar a los guerreros. Alaba a Idomeneo y a los Ayantes por estar listos para la batalla.... Encuentra a los que se rezagan y los insta a pelear. Néstor le dice que su corazón está dispuesto a combatir pero que es viejo; que los jóvenes blandan las lanzas y él dará consejos. Agamenón encuentra a Ulises y Diomedes y los reprende por no estar en primera fila.

 Ulises responde enojado que ya verá cómo pelea cuando se exciten los ánimos. Agamenón, sonriendo, se retracta de su reprensión a Ulises. Reprende a Diomedes, recordándole que su padre Tideo no era cobarde.... Esténelo, compañero de Diomedes, responde que ellos son más valientes que sus padres, que sí tomaron Tebas. Diomedes calla en respeto a Agamenón.

 El texto describe el inicio de la batalla general, con el choque de los ejércitos. Se menciona la muerte de algunos guerreros, como Simoesio por Ayante Telamonio, y Leuco (compañero de Ulises) por Antifo (hijo de Príamo). Ulises se enfurece por la muerte de su compañero. La batalla continúa con muertes en ambos bandos. Se menciona la muerte de Diores por Pirroo. La lucha es encarnizada y muchos caen muertos.


Canto V: Principalía de Diomedes. 

Palas Atenea infunde valor y audacia a Diomedes para que se destaque y alcance gloria. La diosa aparta la niebla que cubre sus ojos para que pueda distinguir a dioses de hombres, y le permite combatir con Afrodita si se presenta en la batalla, pero no con otros inmortales. Un hábil arquero troyano hiere a Diomedes en el hombro. Diomedes le pide a su compañero Esténelo que le arranque la flecha. Diomedes ora a Atenea pidiendo ayuda, recordándole su asistencia a su padre Tideo.

 Atenea lo escucha, le devuelve el vigor y le repite la instrucción sobre combatir con Afrodita, pero no con otros dioses. Diomedes vuelve al combate con triple ardor. Eneas, viendo el destrozo que Diomedes causa, busca a Pandaro para que lo ayude. Pandaro, habiendo herido a Diomedes sin matarlo y notando su furia, sospecha que un dios lo acompaña1. Se lamenta de no haber traído su carro y caballos y de la inutilidad de su arco.... Eneas lo insta a subir a su carro para enfrentar a Diomedes.

 Pandaro prefiere que Eneas guíe los caballos y él combata con la lanza. Suben al carro y se dirigen hacia Diomedes. Esténelo advierte a Diomedes que dos hombres muy fuertes (Pandaro y Eneas) se acercan y sugiere retirarse en el carro. Diomedes se niega a huir, confiado en su fuerza y la ayuda de Atenea. Dice que enfrentará a pie a los dos, y si los mata, ordena a Esténelo que se apodere de los caballos de Eneas, pues son de linaje divino. Pandaro arroja su lanza a Diomedes, golpeando su escudo, pero no lo atraviesa.

 Diomedes arroja su lanza, dirigida por Atenea, que atraviesa la nariz y los dientes de Pandaro, matándolo. Eneas baja para proteger el cadáver de Pandaro. Diomedes le arroja una piedra enorme, golpeándolo en la cadera e hiriéndolo gravemente. Afrodita, madre de Eneas, lo cubre con su velo y se lo lleva de la batalla. Diomedes, reconociendo a Afrodita como una diosa débil, la persigue y la hiere en la mano con su lanza. Le dice que se retire del combate y se dedique a engañar mujeres.

Afrodita retrocede turbada y es ayudada por Iris, que la lleva en el carro de Ares al Olimpo. En el Olimpo, Dione (su madre) consuela a Afrodita. Dione menciona que otros dioses también han sufrido a manos de hombres, como Ares encadenado por Oto y Efialtes, o Hera y Hades heridos por Heracles. Dione le dice que fue Atenea quien incitó a Diomedes y que este es insensato por luchar con inmortales. Cura a Afrodita con icor.

 Hera y Atenea se burlan de Afrodita en presencia de Zeus, él, sonriendo, le dice a Afrodita que se dedique a los trabajos del himeneo y deje la guerra a Ares y Atenea. Diomedes continúa su arremetida, incluso contra Eneas a pesar de que Apolo lo protege, e intenta atacarlo tres veces, y tres veces Apolo lo detiene con su escudo refulgente. Al cuarto intento, Apolo le increpa, diciéndole que no debe igualarse a las deidades, pues hombres e inmortales no son semejantes.

 Diomedes retrocede un poco por temor a la cólera de Apolo. Apolo se lleva a Eneas a su templo para curarlo. Ares, junto con Héctor, lidera a los troyanos. Sarpedón, caudillo de los licios, reprocha a Héctor su inacción y lo insta a defender a sus aliados. Héctor, conmovido, salta del carro y recorre el ejército animándolos a pelear. Apolo infunde valor a los troyanos. Se reanuda la batalla con vigor. Varios héroes se matan mutuamente.

Menelao mata a Pilémenes y Antíloco mata a Midón y se lleva su carro. Ares y Enio acompañan a Héctor en la batalla. Diomedes se estremece al ver a Ares. Tlepolemo, hijo de Heracles, se enfrenta a Sarpedón, hijo de Zeus. Tlepolemo se jacta de ser hijo de Heracles, que saqueó Troya con pocas naves, y dice que Sarpedón no lo iguala y que entrará en el Hades por sus manos. Sarpedón responde que Tlepolemo morirá a sus manos para vengar la destrucción de Troya por Heracles. Ambos arrojan sus lanzas. Sarpedón hiere a Tlepolemo en el cuello, matándolo.

 Tlepolemo hiere a Sarpedón en el muslo, cuya vida es preservada por Zeus. Los aqueos se llevan el cuerpo de Tlepolemo. Ulises, viendo a Sarpedón herido, considera atacarlo, pero Atenea lo inspira a atacar a la multitud de licios en su lugar. Ulises mata a varios licios. Héctor se acerca, y Sarpedón le pide que lo defienda de los dánaos. Hera y Atenea ven la matanza de argivos por Ares y Héctor, y deciden intervenir a pesar de la prohibición de Zeus.

 Se arman divinamente. Hera arenga a los argivos. Atenea se acerca a Diomedes y lo incita a luchar contra Ares, recordándole que su padre Tideo era belicoso y que ella lo protegía.... Diomedes le dice que no lucha contra los dioses, obedeciendo sus órdenes anteriores, pero que ha visto a Ares imperando en la batalla y por eso retrocede. Atenea le dice que no tema a Ares ni a ningún inmortal y que ella lo ayudará. Lo incita a dirigir sus caballos hacia Ares y herirlo sin respetarlo. Atenea aparta a Esténelo del carro y monta junto a Diomedes. Guían los caballos hacia Ares, quien acaba de matar a Perifante.

 Atenea se pone el casco de Hades para ser invisible a Ares. Este ataca a Diomedes, pero Atenea desvía su lanza. Diomedes ataca a Ares con su lanza, y Atenea la dirige a la ijada del dios, hiriéndolo. Ares clama de dolor. Ares sube al Olimpo para quejarse a Zeus. Se queja de que los dioses siempre sufren por complacer a los hombres y acusa a Zeus de instigar a Atenea para que Diomedes, hijo de Tideo, luche contra los inmortales. Zeus le dice que le es el más odioso de los dioses por su afición a riñas y peleas, pero que lo curará por ser su hijo. Manda a Peón que lo cure, y este lo hace. Hera y Atenea regresan al Olimpo.  


Canto VI: Coloquio de Héctor y Andrómaca.

Agamenón ordena a los aqueos que no despojen a los muertos hasta haber matado más troyanos. Heleno, el mejor de los augures troyanos, pide a Eneas y Héctor que detengan la retirada troyana y reanimen las falanges. Sugiere a Héctor que vaya a Troya y pida a su madre, Hécuba, que reúna a las matronas y vaya al templo de Atenea para ofrecerle el peplo más hermoso y prometerle el sacrificio de doce vacas de un año, para que la diosa aparte a Diomedes, a quien considera el más esforzado de los aqueos. Héctor obedece.

 La batalla continúa mientras tanto, Diomedes se encuentra con Glauco, caudillo licio, y le pregunta quién es, advirtiéndole que no desea combatir con dioses, pero sí con mortales. Glauco responde que su linaje es conocido y lo compara con la generación de las hojas (unos nacen, otros mueren). Le cuenta su ascendencia desde Sísifo hasta Belerofonte, quien tuvo que huir a Licia tras ser calumniado por Preto y su esposa Antea. Belerofonte, enviado a Licia con "perniciosos signos", cumplió varias tareas imposibles (matar la Quimera, luchar contra Sólimos y las Amazonas) con ayuda divina.

 El rey de Licia reconoció su origen divino, lo casó con su hija y le dio parte de su reino. Belerofonte tuvo hijos (Isandro, Hipóloco, Laodamia), pero los dioses se enfurecieron y lo hicieron errar; Ares mató a Isandro y Ártemis a Laodamia. Hipóloco fue el padre de Glauco, afirma que su linaje es el de Belerofonte y Hipóloco. Diomedes, al escuchar la historia de Glauco, se alegra y clava su pica en el suelo. Le dice a Glauco que es su huésped paterno, ya que Eneo (abuelo de Diomedes) hospedó a Belerofonte.

 Propone no combatirse entre sí, sino atacar a otros, e intercambiar sus armaduras como señal de amistad heredada. Ambos descienden de sus carros y se estrechan la mano. Zeus hace perder la razón a Glauco, pues intercambia su armadura de oro por la de bronce de Diomedes, valorada en mucho menos. Héctor llega a Troya y es recibido por mujeres que preguntan por sus parientes; él les ordena orar a los dioses.

 Encuentra a su madre, Hécuba, quien le ofrece vino y le insta a hacer una libación a Zeus. Héctor rehúsa, pues no puede hacer libaciones con las manos manchadas de sangre y polvo. Le repite la sugerencia de Heleno: que Hécuba vaya al templo de Atenea con las matronas, ofrezca el peplo más hermoso y prometa doce vacas a la diosa para que aparte a Diomedes. Hécuba obedece. Héctor va a casa de Paris, quien se encuentra puliendo sus armas, y lo reprende duramente por su inacción mientras el ejército perece. Helena interviene, culpándose a sí misma por la desgracia, e invita a Héctor a descansar. Héctor se niega a descansar, pues debe volver a socorrer a los troyanos.

 Le pide a Paris que se dé prisa para alcanzarlo. Héctor va a su palacio buscando a Andrómaca, pero no la encuentra. Le preguntan a una esclava, quien le dice que Andrómaca ha ido a la torre porque supo que los troyanos estaban perdiendo y el ataque aqueo era grande. Héctor sale apresuradamente hacia la muralla, allí se encuentra con Andrómaca, su hijo Astyanax y la nodriza. Andrómaca, llorando, le suplica que no vaya a la batalla y se quede en la torre, compadeciéndose de ella y de su hijo. Le recuerda que Aquiles mató a su padre, madre y hermanos. Le sugiere que coloque al ejército junto al cabrahígo, por donde el muro es más accesible.

 Héctor responde que le preocupa el futuro, la vergüenza de ser cobarde, y el día en que Ilio caiga y su esposa sea llevada como esclava. No puede eludir el combate, ya que fue criado para ser valiente y defender a los troyanos. Prefiere que la tierra lo cubra antes de ver a su esposa esclavizada. Héctor toma a su hijo, ora a Zeus para que sea tan ilustre y esforzado como él y reine en Ilio. El niño se asusta del casco con crines de caballo; Héctor se lo quita y ríe. Héctor consuela a Andrómaca, diciéndole que nadie lo enviará al Hades antes de lo dispuesto por el destino.

 Le pide que vuelva a casa y se ocupe de sus labores, dejando la guerra a los varones y se pone el casco. Paris lo alcanza en su camino de regreso y se disculpa por haber tardado. Héctor le dice que nadie criticaría su valor en combate, pero que a veces se desalienta, lo que aflige su corazón. Juntos se dirigen a la batalla.

Canto VII: Combate singular de Héctor y Ayante - Honras fúnebres.

Atenea y Apolo se encuentran cerca de la encina y deciden detener el combate para evitar más muertes ese día, proponiendo un duelo singular. Heleno, hijo de Príamo, comprende la voluntad de los dioses y sugiere a Héctor que detenga la batalla y rete al más valiente de los aqueos a un combate singular, pues aún no ha llegado su hora de morir. Héctor se alegra, avanza al centro del campo con su lanza y detiene a ambos ejércitos. Les propone un duelo singular: el que venza despojará al vencido de sus armas y devolverá el cuerpo para que le hagan honras fúnebres.

Ofrece colgar las armas del vencido en el templo de Apolo en Troya si gana, y devolver el cadáver a las naves aqueas si pierde, para que le hagan un túmulo que recuerde su valor. Los aqueos se quedan en silencio, avergonzados de rehusar, pero temerosos de aceptar. Menelao se levanta, enojado, y se ofrece a combatir, pero Agamenón y otros líderes lo detienen, recordándole que Héctor es más fuerte y que incluso Aquiles le temía. Néstor se lamenta de no ser tan joven y fuerte como antes para aceptar el desafío.

 Nueve jefes aqueos se levantan para aceptar el reto. Néstor les dice que echen suertes. La suerte se echa en un casco, y la suerte de Ayante Telamonio es la elegida. Ayante se alegra, pide orar a Zeus y se prepara para el combate. Los aqueos oran por él. Héctor se estremece al ver a Ayante, pero no puede retroceder. Ayante avanza con su gran escudo de siete pieles de buey cubiertas de bronce. Héctor le dice que no intentará herirlo con alevosía, sino cara a cara, pues conoce bien el combate. Héctor arroja su lanza, que atraviesa el bronce y seis pieles del escudo de Ayante, pero se detiene en la séptima.

 Ayante arroja su lanza, que atraviesa el escudo de Héctor, su coraza y su túnica, hiriéndole en el ijar; este se inclina y evita la muerte. Ambos arrancan sus lanzas y se acometen con espadas y piedras. Un heraldo llega, enviado por los troyanos y aqueos, para detener el combate debido a la llegada de la noche, conforme a lo dispuesto por Zeus. Pide a Héctor que detenga la lucha. Héctor acepta, reconociendo la fortaleza de Ayante, y propone suspender el combate hasta otro día. Sugiere intercambiar regalos como señal de amistad. Héctor le da a Ayante una espada con clavos de plata. Ayante le da a Héctor un ceñidor de púrpura brillante.

 Se separan. Los aqueos reciben a Ayante con alegría. En el campamento aqueo, Agamenón ofrece un banquete en honor a Ayante. Néstor propone en el consejo aqueo detener los combates al día siguiente para recoger y quemar los cadáveres. Sugiere erigir un túmulo común y construir una muralla con altas torres y un foso para proteger las naves. Los reyes aplauden. Los troyanos se reúnen en la acrópolis. Anténor propone devolver a Helena y sus riquezas, pues han roto el juramento. Paris se niega a devolver a la mujer, pero ofrece devolver las riquezas que trajo de Argos y añadir otras.

 Príamo propone enviar al heraldo Ideo a las naves aqueas para comunicar la proposición de Paris y consultar si quieren suspender el combate para quemar los cadáveres, y luego seguir peleando hasta que un dios decida la victoria. Obedecen a Príamo. Ideo va al campamento aqueo y transmite la proposición de Paris. Los aqueos se quedan en silencio. Diomedes responde que no deben aceptar ni las riquezas ni a Helena, pues la ruina pende sobre los troyanos. Todos aplauden el discurso de Diomedes.

 Agamenón acepta quemar los cadáveres y dice que Zeus recibirá el juramento. Ideo regresa a Troya con la respuesta. Ambos bandos recogen leña y cadáveres. Poseidón y Apolo discuten si el muro aqueo debería ser olvidado en el futuro en comparación con el que ellos construyeron para Laomedonte. Zeus le dice a Poseidón que no se preocupe, que cuando los aqueos se vayan, derribará el muro y enarenará la playa. Los aqueos terminan la obra del muro al ponerse el sol. Llegan naves cargadas de vino de Lemnos, enviadas por Euneo. Los troyanos también entierran a sus muertos.


Canto VIII: Combate indeciso.

Zeus reúne a los dioses en la cumbre más alta del Olimpo y prohíbe a cualquiera intervenir en la batalla para favorecer a troyanos o dánaos. Amenaza con arrojarlos al Tártaro si desobedecen. Les dice que su poder es superior al de todos ellos juntos, incluso si intentaran arrastrarlo con una cadena de oro. Los dioses quedan asombrados y silenciosos. Atenea habla, reconociendo el poder de Zeus, pero pidiendo compasión por los dánaos. Dice que se abstendrán de combatir, pero sugerirán consejos saludables a los argivos.

Zeus, sonriendo, acepta su propuesta, unce sus caballos divinos y viaja al monte Ida para contemplar la batalla. Los aqueos y troyanos se preparan para el combate. La batalla comienza, Zeus equilibra la balanza del destino a favor de los troyanos y envía un rayo a los aqueos. Los aqueos huyen. Néstor está en peligro, Diomedes lo ve y lo rescata, le ofrece a Néstor subir a su carro, ya que los caballos del anciano son lentos. Zeus lanza un ardiente rayo delante del carro de Diomedes. Néstor se asusta y le dice a Diomedes que huyan, pues la protección de Zeus ya no los acompaña y hoy otorga la victoria a Héctor.

 Diomedes se lamenta por la posible jactancia de Héctor. Néstor le dice que no se preocupe por eso. Héctor insulta a Diomedes llamándolo cobarde y Diomedes duda si huir o seguir peleando; Zeus truena tres veces para favorecer a los troyanos. Héctor exhorta a sus caballos, prometiéndoles comida y vino si le ayudan a apoderarse del escudo de Néstor y la coraza de Diomedes. Hera se enfada en el Olimpo y le dice a Poseidón si no se compadece de los dánaos; sugiere que los dioses intervengan.

 Poseidón responde que no quiere luchar con Zeus, quien los supera en poder. Héctor, envanecido, grita que quemará las naves aqueas. Teucro mata a muchos troyanos con su arco. Agamenón alaba a Teucro y le promete regalos si toman Troya. Teucro le dice que ya hace lo que puede y que ha disparado ocho flechas que han herido a guerreros, pero que no ha podido alcanzar a Héctor. Héctor hiere a Teucro con una piedra en el hombro, rompiéndole el nervio y este se retira herido.

 Atenea y Hera ven la matanza aquea y deciden bajar para ayudar, a pesar de la prohibición de Zeus. Atenea se queja a Zeus de que ha arruinado sus planes para salvar a su hijo Heracles en el pasado y ahora cumple los deseos de Tetis. Zeus la aborrece ahora, pero cree que volverá a llamarla su hija querida en el futuro. Hera y Atenea se arman y preparan su carro divino. Zeus las ve desde el Ida y se enciende en cólera. Llama a Iris y le ordena que las detenga antes de que lleguen al combate. Amenaza con mutilar sus caballos y romper su carro, y herirlas con el rayo para que Atenea sepa con quién combate.

 Iris transmite el mensaje a Hera y Atenea en la entrada del Olimpo. Hera le dice a Atenea que deben desistir de luchar contra Zeus y se regresan al Olimpo, afligidas. Se sientan aparte, y Zeus las ve y las increpa, diciendo que no se fatigaron mucho y que no se habrían salvado si hubieran llegado al combate. Hera responde que, aunque no intervendrán, sugerirán consejos saludables a los argivos para que no perezcan todos. Zeus le dice que al día siguiente verá cómo él mismo hace gran destrozo entre los argivos y que Héctor no dejará de pelear hasta que Aquiles se levante junto a las naves. Cuando el sol se pone, Zeus permite que la batalla termine.

Héctor reúne a los troyanos en asamblea y les dice que no se irán a Troya, sino que acamparán en la llanura esa noche. Les ordena preparar la cena, alimentar a los caballos y traer víveres de la ciudad. Les dice que establecerán guardias para evitar sorpresas y que al amanecer volverán a la batalla para tomar las naves y matar a los aqueos. Los troyanos obedecen a Héctor.


Canto IX: Embajada a Aquiles - Súplicas.
Una gran fuga y terror se apoderan de los aqueos. Los más valientes están afligidos. Agamenón, con gran dolor, convoca a los capitanes en voz baja. Los guerreros acuden afligidos. Agamenón, llorando, dice que Zeus lo ha engañado, prometiéndole tomar Troya y ahora ordenándole regresar sin gloria. Les aconseja huir a su patria en las naves. Todos se quedan en silencio. Diomedes se levanta y critica a Agamenón por su imprudencia y por llamarlos cobardes. Le dice que Zeus le dio cetro, pero no fortaleza. Le dice que, si él desea irse, que lo haga, pero que los demás aqueos se quedarán a luchar. Afirma que él y Esténelo se quedarán a pelear solos hasta el fin, pues vinieron bajo el amparo de los dioses.

 Todos los aqueos aplauden a Diomedes. Néstor se levanta, alaba a Diomedes por su valor y juicio, a pesar de ser joven. Aconseja obedecer a la noche y preparar la cena, que los guardias vigilen el foso y el muro. Le dice a Agamenón que ofrezca un banquete a los caudillos y que oigan el mejor consejo. Le recuerda a Agamenón que se equivocó al quitarle a Briseida a Aquiles, a quien deshonró a pesar de ser un varón fortísimo honrado por los dioses. Sugiere intentar aplacar a Aquiles con presentes y palabras. Agamenón admite su falta, dice que Zeus honra a Aquiles y que él, llevado por la pasión, lo ofendió. Ofrece una gran cantidad de presentes a Aquiles: siete trípodes, diez talentos de oro, veinte calderas, doce caballos premiados, siete mujeres lesbias muy hermosas (que él mismo escogió), y la devolución de Briseida, jurando que nunca compartió su lecho con ella.

 Promete que, si toman Troya, Aquiles podrá cargar su nave de oro y bronce y elegir veinte mujeres troyanas. Además, ofrece una de sus tres hijas en matrimonio (Crisótemis, Laódice o Ifianasa) sin dotarla, y él mismo le dará una dote espléndida, incluyendo siete populosas ciudades situadas cerca de Pilos, habitadas por hombres ricos que lo honrarán como a un dios y le pagarán tributos. Le pide a Aquiles que deponga la cólera, que ceda ante él que lo aventaja en poder y edad, pues Hades es el más aborrecible de los dioses por ser implacable. Néstor aprueba la oferta de Agamenón y sugiere enviar a Fénix (como jefe), Ayante y Ulises como embajadores a la tienda de Aquiles, acompañados por los heraldos Odio y Euríbates. Pide que se haga una libación a Zeus.

 Hacen la libación y los enviados parten de la tienda de Agamenón. Néstor les encarga especialmente a Ulises que persuadan a Aquiles. Van por la orilla del mar, orando a Poseidón. Llegan a las tiendas de los mirmidones y encuentran a Aquiles tocando la lira y cantando hazañas de hombres, con Patroclo sentado frente a él. Aquiles se sorprende al verlos y los recibe amistosamente, reconociendo que son los aqueos que más aprecia a pesar de su enojo. Les ofrece asientos y un banquete. Patroclo prepara el banquete.

 Ulises habla primero, describiendo la desesperada situación de los aqueos, acosados por Héctor, y le ruega a Aquiles que ayude a salvarlos, aunque sea tarde. Le recuerda los consejos de su padre Peleo, que le dijo que refrenara su espíritu fogoso y prefiriera la benevolencia para ser más honrado. Le dice que Agamenón le ofrece muchos presentes si depone la cólera, y enumera los regalos ofrecidos por Agamenón. Le pide que se apiade de los aqueos y obtenga inmensa gloria, y que ahora podría matar a Héctor. Aquiles responde que debe decirles lo que piensa para que dejen de importunarlo.

Dice que odia al que piensa una cosa y dice otra. Afirma que ni Agamenón ni los dánaos lo convencerán, ya que no se agradece el combatir sin descanso. Compara la recompensa del que combate con la del que se queda en la nave, y dice que Agamenón se llevó la suya (Briseida) mientras él la había ganado con esfuerzo. Cuestiona por qué los argivos luchan si no es por Helena; dice que todo hombre bueno quiere y cuida a su esposa, y él apreciaba a Briseida.

Le dice a Ulises que discuta con los reyes cómo salvar las naves, pues él ya hizo mucho sin ayuda. Anuncia que al amanecer echará sus naves al mar para regresar a Ftía. Aconseja a los demás que también regresen, pues no tomarán Troya, ya que Zeus la protege. Le pide a Ulises que dé esta respuesta a los príncipes aqueos para que busquen otro medio de salvar las naves y al pueblo. Le dice a Fénix que se quede si lo desea, y al amanecer decidirán si regresa con él. Todos se quedan en silencio, asombrados por su vehemente negativa.

 Fénix, llorando, le dice a Aquiles que no puede quedarse solo si él regresa, ya que Peleo lo envió para que lo acompañara y le enseñara a hablar y a realizar grandes hechos. Le ruega que no lo abandone. Le cuenta su historia: cómo huyó de su padre por una concubina y fue acogido por Peleo2.... Peleo lo crio y lo puso al frente de un pueblo. Fénix lo crio a él (Aquiles) como a un hijo para que lo librara del infortunio. Le pide que refrene su enojo, pues los dioses mismos se dejan aplacar. Le habla de las Súplicas, hijas de Zeus, que van tras Ofuscación para reparar el daño. Quien honra a las Súplicas es atendido, quien las rechaza es castigado por Zeus2.

 Le dice que, si Agamenón no ofreciera presentes, no lo exhortaría a dejar la ira, pero le ofrece mucho y envía a los más queridos. Le recuerda historias de héroes antiguos que, encolerizados, fueron placables con dones y ruegos, contando la historia de Meleagro.... Meleagro se retiró a su casa, enojado con su madre, mientras los curetes atacaban Calidón. A pesar de los ruegos de los ancianos, sus hermanas y su madre, se negó a salir hasta que su esposa lo convenció, describiéndole las desgracias de la ciudad sitiada.... Meleagro salvó a los etolios, pero ya no le dieron los presentes.

 Fénix le dice a Aquiles que no espere hasta que las naves ardan, sino que acepte los regalos ahora y sea honrado como un dios. Si espera, aunque rechace a los enemigos, no alcanzará tanta honra. Aquiles responde que no necesita ese honor, que Zeus lo honrará. Le pide a Fénix que no lo conturbe por complacer a Agamenón, a quien no debe querer si desea el afecto de Aquiles. Le invita a quedarse con él y compartir sus honores. Ordena a Patroclo que prepare una cama para Fénix para que los demás piensen en irse.

 Ayante Telamonio habla, dice que no lograrán convencer a Aquiles y que deben llevar la respuesta a los aqueos. Considera a Aquiles despiadado por su enojo, no valorando la amistad de sus compañeros. Le recuerda que por la muerte de un familiar se acepta compensación, pero él guarda rencor implacable por una sola joven, a pesar de los muchos presentes que le ofrecen. Le pide que respete su morada y a ellos como enviados. Aquiles responde a Ayante que sus palabras le llegan al alma, pero que no puede olvidar la afrenta de Agamenón, que lo trató como a un advenedizo. Dice que no depondrá la cólera hasta que Héctor, matador de hombres, llegue a las tiendas de los mirmidones y las incendie.

 Héctor se abstendrá de combatir cuando se acerque a la tienda y nave de Aquiles. Hacen libaciones y los enviados regresan. Patroclo prepara una cama para Fénix, quien se queda. Aquiles duerme con Diomede, Patroclo con Ifis. Los enviados llegan a la tienda de Agamenón y son recibidos con preguntas. Agamenón pregunta a Ulises si Aquiles defenderá las naves. Ulises le informa que Aquiles se niega a deponer la cólera y desprecia sus dones. Dice que Aquiles echará sus naves al mar al amanecer y aconseja a los demás que también regresen, pues no tomarán Troya.

 Menciona que Fénix se quedó con Aquiles. Los aqueos quedan asombrados y afligidos. Diomedes se levanta y dice que no debieron rogar a Aquiles ni ofrecerle presentes, pues eso avivó su soberbia. Dice que lo dejen, que peleará cuando su corazón y un dios le inciten. Aconseja a los aqueos que cenen y descansen, y al amanecer se armen y peleen en primera fila. Todos aprueban el discurso de Diomedes. Después de las libaciones, se van a sus tiendas a dormir. 


El Canto X. Dolonia. 

Comienza con los príncipes aqueos durmiendo placenteramente, pero el rey Agamenón, pastor de hombres, no puede conciliar el sueño. Su mente revolvía muchas cosas, sintiendo sus entrañas temblar, como cuando Zeus, el esposo de Hera, relampaguea antes de una tormenta o una gran guerra. Al mirar el campo troyano, le asombraban las muchas hogueras, los sones de flautas y zampoñas, y el bullicio de la gente. Al volver la vista a sus propias naves y ejército, se arrancaba furioso los cabellos y gemía, alzando los ojos a Zeus. Finalmente, decide que lo mejor es acudir primero a Néstor Nelida, el más ilustre de los hombres, para buscar juntos una solución que libre a los dánaos de la desgracia. Agamenón se levanta, se viste, se calza, se cubre con una piel de león y toma su lanza.

Menelao también estaba aterrorizado, incapaz de dormir, temiendo por los argivos que habían venido a Troya por él. Se cubre con una piel de leopardo, se pone su casco de bronce y va a despertar a su hermano Agamenón. Agamenón se alegra de su llegada. Menelao pregunta por qué se arma. Agamenón le responde que ambos necesitan consejo prudente para defender y salvar a los argivos y las naves, ya que Zeus ahora favorece a Héctor y le ha permitido realizar proezas inauditas para un mortal. Le encarga a Menelao que vaya a despertar a Ayante e Idomeneo en sus naves. Agamenón irá a buscar al divino Néstor para pedirle que despierte a la guardia. Le pide a Menelao que se quede donde despierte a los jefes y que mantenga la vigilancia.

Agamenón encuentra a Néstor en su tienda, despierto y ya preparado para la batalla. Néstor pregunta quién es el que va solo por el ejército de noche. Agamenón se identifica y expresa su gran pesar y la necesidad de consejo, señalando la cercanía del enemigo. Néstor responde que Zeus no cumplirá todos los deseos de Héctor y que éste sufrirá si Aquiles depone su enojo. Acepta ir y despertar a otros jefes: Diomedes, Ulises, el veloz Ayante y Meges, hijo de Fileo. Sugiere que alguien más vaya por el Ayante Telamonio e Idomeneo, ya que sus naves están lejos. Néstor critica a Menelao por dormir y dejar el trabajo a Agamenón. Agamenón defiende a su hermano, diciendo que no es perezoso, sino que espera su impulso, y que ya lo ha enviado a despertar a los jefes.

Néstor se prepara y va primero a despertar a Ulises, a quien encuentra despierto. Ulises pregunta por qué andan solos de noche. Néstor le explica el gran pesar que abruma a los aqueos y le pide que los siga para decidir si huir o luchar. Ulises toma su escudo y se une a ellos. Luego van a despertar a Diomedes, a quien hallan durmiendo armado con sus compañeros. Néstor lo despierta y lo reprende por dormir con los troyanos tan cerca. Diomedes reconoce el incansable trabajo de Néstor, pero pregunta por qué no envían a jóvenes. Néstor insiste en la gravedad del peligro y le pide a Diomedes que vaya a despertar a los otros dos jefes, Ayante y Meges. Diomedes acepta, se cubre con una piel de león, toma su lanza y va por ellos.

Todos se reúnen en el puesto de guardia y encuentran a los centinelas despiertos y armados. Néstor elogia su vigilancia. Cruan el foso y se sientan en un lugar despejado para deliberar. Néstor propone que alguien, confiando en su audacia, vaya al campamento troyano a espiar. Ofrece una gran recompensa para el voluntario: una oveja, un corderito y ser admitido en todos los banquetes. Todos guardan silencio. Diomedes se ofrece, pero pide un compañero, explicando que dos son mejor que uno. Muchos desean acompañarlo, incluyendo los dos Ayantes, Meriones, el hijo de Néstor, Menelao y Ulises. Agamenón aconseja a Diomedes que elija al mejor, sin favoritismos. Diomedes elige al divino Ulises, alabando su valor, prudencia y el favor de Palas Atenea. Ulises le responde que no lo alabe y que se apresuren, ya que la noche avanza.

Ambos se preparan para la misión. Trasimedes le da a Diomedes una espada, un escudo y un casco de cuero simple. Meriones le da a Ulises un arco, carcaj, espada y un casco de cuero adornado con dientes de jabalí, un casco antiguo robado por Autólico y una vez armados, parten. Palas Atenea les envía una garza como presagio, y aunque no la ven, oyen su graznido a la derecha. Ulises se alegra y ora a Atenea. Diomedes también ora a Atenea, pidiendo su ayuda como a su padre y prometiendo sacrificarle una ternera.

En el campamento troyano, Héctor también convoca a sus próceres para deliberar. Ofrece una gran recompensa –el carro y los corceles del eximio Aquiles– a quien se atreva a ir a espiar las naves aqueas y averiguar si están vigiladas o si los aqueos piensan huir.

 Dolón, hijo de Eumedes, un hombre feo pero ágil, se ofrece. Pide específicamente el carro y los caballos de Aquiles como recompensa y promete llegar hasta la nave de Agamenón. Héctor le presta juramento solemne por Zeus de que ningún otro troyano cabalgará esos caballos (aunque el juramento no se cumpliría). Dolón se prepara con un arco, una piel de lobo y un casco de piel de comadreja. Sale del ejército. Ulises avista a Dolón acercándose y se lo señala a Diomedes, sugiriendo que lo capturen y lo interroguen. Se esconden entre los muertos. Dolón pasa, pensando que son amigos, pero al darse cuenta de que son enemigos, huye. Diomedes lo persigue, le grita y le arroja su lanza, errando a propósito para detenerlo.

 Dolón se detiene, temblando. Ulises y Diomedes lo alcanzan y lo capturan. Dolón implora que lo hagan prisionero a cambio de un rescate. Ulises le pregunta por qué espía solo de noche. Dolón confiesa que Héctor lo incitó con la promesa de los caballos de Aquiles. Ulises se ríe de la ambición de Dolón por los caballos de Aquiles. Le pregunta por la ubicación de Héctor, sus armas, caballos y la disposición de las guardias troyanas, así como sus planes (quedarse o regresar a la ciudad). Dolón revela que Héctor y sus consejeros están junto a la tumba del divino Ilo, lejos del ruido. Dice que no hay guardias oficiales, pero los troyanos vigilan junto a sus hogueras por necesidad.

Los auxiliares, sin embargo, duermen, ya que no tienen a sus familias cerca. A petición de Ulises, Dolón detalla la disposición de los auxiliares, mencionando a los carios, peonios, léleges, caucones y pelasgos cerca del mar, y a otros (licios, misios, frigios, meonios) hacia Timbra. Menciona especialmente la llegada reciente de los tracios liderados por Reso, con magníficos caballos, carro y armadura. Diomedes decide matar a Dolón para que no vuelva a espiar. Mientras Dolón suplica, Diomedes lo degüella. Toman las armas de Dolón. Ulises las eleva para ofrecerlas a Atenea, pidiéndole guía hacia los tracios y sus caballos. Cuelgan los despojos de un tamarisco para señalizar el lugar.

Avanzan entre las armas y la sangre, llegando al campamento tracio. Encuentran a los tracios dormidos con sus armas y caballos, y a Reso en el centro. Ulises lo identifica a Diomedes, indicándole que mate a los hombres mientras él toma los caballos. Atenea infunde valor a Diomedes, quien mata a doce tracios, mientras Ulises arrastra los cuerpos para despejar el camino. Diomedes mata a Reso, el decimotercero. Ulises desata los caballos, los liga y los conduce fuera del campamento con su arco, silbando para Diomedes y duda si llevarse el carro o matar a más tracios. Atenea se aparece y le insta a volver a las naves antes de que otro dios despierte a los troyanos. Diomedes reconoce la voz de la diosa y parten rápidamente hacia las naves.

 Apolo, viendo la ayuda de Atenea a Diomedes, se enoja y despierta a Hipocoonte, un tracio pariente de Reso. Hipocoonte ve la masacre y la desaparición de los caballos y grita, despertando al ejército troyano. Ulises y Diomedes llegan a las naves, y todos los saludan. Néstor les pregunta de dónde han sacado esos magníficos caballos, pensando que un dios se los dio. Ulises explica que son tracios, que Diomedes mató a su dueño y a doce compañeros, y que él mató a Dolón, un espía troyano. Conduce los caballos a través del foso. Los caballos son atados en el establo de Diomedes. Ulises deja los despojos de Dolón para dedicarlos a Atenea. Finalmente, cenan y beben.


Canto XI: Agamenón herido y otros jefes.

La Aurora lleva la luz. La cruel Discordia, enviada por Zeus, se presenta, persigue a los troyanos hasta cerca de la muralla de Troya. Zeus, compadeciéndose de los troyanos, llama a Iris y le ordena que le diga a Héctor que mientras Agamenón esté en primera fila, se retire de la batalla. Pero cuando Agamenón sea herido y se retire, Héctor deberá tomar la ofensiva. Héctor obedece a Zeus. Ifidamante, hijo de Anténor, se opone primero a Agamenón. Ifidamante se había criado en Tracia y se casó con la hija de Ciseo. Vino a Troya y fue honrado por Príamo. Agamenón mata a Ifidamante. Cúmplese el destino de los hijos de Anténor, que mueren a manos de Agamenón. Agamenón continúa matando troyanos. Recibe una herida.

 Diomedes y Ulises se defienden juntos. Paris hiere a Diomedes con una flecha en el pie y se jacta de haberlo herido. Diomedes lo llama flechero, insolente y mirón de doncellas. Le dice que la flecha de un hombre vil no duele, pero su dardo deja exánime al que lo recibe, causando llanto a su esposa y orfandad a sus hijos. Diomedes se sienta, arranca la flecha y siente un dolor terrible. Sube a su carro y se retira a las naves. Ulises se queda solo y se lamenta, debatiéndose entre huir o quedarse. Decide quedarse a luchar. Mata a muchos troyanos. Soco, hermano de Cárope, se le acerca y lo desafía. Ayante dispersa a los troyanos. Héctor no se da cuenta, pues pelea en otra parte del campo.

Néstor saca del combate a Macaón, que está herido por una saeta. Héctor está causando estragos. El divino Aquiles, desde la popa de su nave, ve la derrota aquea. Llama a Patroclo. Néstor lo invita a sentarse, pero Patroclo declina, diciendo que ha sido enviado por Aquiles para preguntar por el herido, y que ya sabe que es Macaón. Dice que debe llevar la noticia a Aquiles, temiendo su temperamento. Néstor pregunta por qué Aquiles se compadece de los heridos ahora, cuando ignora la aflicción del ejército. Les enumera a los líderes heridos (Diomedes, Ulises, Agamenón, Eurípilo, Macaón).

 Reprocha a Aquiles su implacabilidad. Le pregunta si espera a que las naves sean incendiadas. Néstor le cuenta una larga historia de su juventud, sus hazañas y batallas. Le dice que el valor de Aquiles solo le sirve a él y que lamentará la ruina del ejército. Le recuerda los consejos que Menecio (padre de Patroclo) dio a Patroclo cuando él y Ulises reclutaban tropas: retiren. Esto daría un respiro a los aqueos, que están agotados. Patroclo sale de la tienda de Néstor y encuentra a Eurípilo herido. Eurípilo, cojeando, le pide ayuda. Le pide que lo lleve a su nave, le saque la flecha, le lave la herida y le aplique drogas calmantes que, según dicen, Aquiles conoce (enseñadas por Quirón).

 Menciona que los dos médicos principales (Podalirio y Maca). Los troyanos intentan cruzar el foso y la muralla aquea. Polidamante le dice a Héctor que es imprudente acercarse con los carros al foso lleno de estacas, y que es un sitio estrecho para combatir. Sugiere desmontar y atacar a pie, dividiendo el ejército en cinco cuerpos para asaltar el muro. El augurio del águila con la serpiente que suelta en medio de la multitud troyana es interpretado por Polidamante como una señal de que no tomarán el muro sin sufrir pérdidas. Héctor rechaza el consejo de Polidamante y dice que no teme agüeros, que su único agüero es combatir por la patria. Afirma que no se dejará persuadir por las palabras de Polidamante.

 Héctor exhorta a sus hombres a cruzar el foso, amenazando con castigar a quien se quede atrás, lidera el ataque. Reflexiona que la muerte es inevitable y que deben ir a dar o recibir gloria. Glauco no retrocede y lo sigue. Los licios siguen a sus líderes. Menesteo, jefe aqueo, ve a Sarpedón y Glauco acercarse a su torre y pide ayuda a los Ayantes y Teucro. Les dice que los licios atacan con impetuosidad y que deben acudir en su ayuda. Ayante Telamonio leco le pide a Sarpedón que lo ayude a defender a los licios y que exhorte a Héctor a ir en su ayuda. Sarpedón exhorta a los licios y ataca el muro. Héctor rompe las puertas del muro con una gran piedra. Los troyanos entran en el campamento aqueo. Los aqueos se refugian en las naves.



Canto XII. Combate en la muralla.

Los troyanos se dirigen hacia la muralla aquea. Inicialmente, algunos caudillos troyanos, como Polidamante Pantoida, notan que el foso es difícil de pasar con los veloces caballos y los carros, ya que está erizado de estacas y defendido por el muro. Polidamante aconseja a Héctor detener los carros y que las tropas crucen el foso a pie, dividiéndose en grupos para atacar distintos puntos de la muralla. Héctor, aunque superior en el combate, es receptivo a este consejo sensato de Polidamante y lo acepta. Acto seguido, Héctor organiza a los troyanos y aliados en cinco divisiones para asaltar la muralla. Los troyanos avanzan a pie, dejando los carros tras ellos, y el asalto se generaliza a lo largo de la muralla.

Durante el asalto, los aqueos defienden la muralla con valentía, luchando desde los parapetos. Los dos Ayantes, Ayante Telamonio y Ayante de Oileo, recorren las torres animando y exhortando a los guerreros aqueos, tanto a los valientes como a los menos osados, recordándoles que la defensa es una tarea común. En una parte del muro, la división de los licios, liderada por Sarpedón (hijo de Zeus) y Glauco (hijo de Hipóloco), ejerce una fuerte presión. Sarpedón, antes de lanzarse al ataque, pronuncia un discurso a Glauco sobre la responsabilidad de los líderes de combatir en primera línea, para justificar los honores y posesiones que reciben en su patria. Glauco, animado, le acompaña en el ataque.

La ofensiva de los licios, especialmente la de Sarpedón y Glauco, pone en apuros al contingente aqueo liderado por Menesteo, hijo de Péteo. Menesteo, al verse superado, envía al heraldo Tootes a pedir ayuda a los Ayantes, preferiblemente a ambos, pero si no es posible, al menos a Ayante Telamonio y a Teucro (el arquero).Ayante Telamonio responde a la llamada de auxilio, dejando a Ayante de Oileo y Licomedes al mando de su sección del muro, y se dirige con Teucro y otros compañeros a reforzar la posición de Menesteo.

La lucha en este punto se intensifica. Sarpedón logra ser el primero en derribar una parte del parapeto de la muralla. Se enfrenta a Ayante Telamonio, arrojándole su lanza, la cual impacta en el escudo de Ayante pero no lo traspasa. Ayante a su vez hiere a Glauco en el brazo, obligándolo a retirarse del combate.... Glauco, herido, pide ayuda a Héctor.

A pesar de estos reveses, Sarpedón logra abrir una brecha en el muro. Sin embargo, Ayante y Teucro llegan a defender la posición, y Teucro logra herir al auriga de Sarpedón. Sarpedón mismo es herido por Tlepólemo, aunque logra matarlo. A pesar de la herida, Sarpedón sigue luchando hasta que es abatido.

Mientras la lucha se libra en varios puntos del muro, Héctor, impulsado por Zeus y deseando la gloria, se concentra en romper una de las puertas principales.... A pesar de una señal ominosa (un águila que lleva una serpiente, la cual escapa y hiere al águila) que Polidamante interpreta como un mal augurio para los troyanos si atacan las naves, Héctor desoye el consejo, confiando más en la voluntad de Zeus que en los augurios. Finalmente, Héctor toma una enorme piedra que difícilmente podrían cargar dos hombres de su tiempo. Con fuerza inmensa, la lanza contra las puertas de entrada, protegidas por tablas sólidas. La piedra impacta con gran estrépito, rompe las tablas y arranca los goznes, abriendo una brecha.

Héctor es el primero en atravesar la brecha, con el rostro iluminado por la alegría. El resto de los troyanos le siguen de cerca, invadiendo el campamento aqueo. Al ver que la muralla ha sido rota, los aqueos se ven obligados a retroceder hacia sus naves.


Continuará.........


Referencia

Segalá, L.  (traductor) (1910). La Ilíada. https://colegiolospensamientos.cl/wp-content/uploads/2023/09/Octubre-I%C2%B0M-La-Iliada-Homero.pdf .


     








 


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